Un buen comienzo

La vida de los troskos es durísima. Parecen calientapavas. Arman la revolución estudiantil en Capital y todo indica que se la terminará fumando el kirchnerismo, que son ocho, también. Que no apuntan a mejorar las cosas sino joderlo a Macri. Pero a mí me gusta ver a los estudiantes movilizados por algo más que el precio del Fernet con Cola o la discriminación de los patovicas. Aunque sean del Partido Obrero y el PTS.

Prefiero verlos así, como son, como fuimos nosotros. Alocados, obstinados, desorientados, soberbios y jactanciosos. Prefiero creer que ésta es la juventud, no los mansos de la Play Station o los gansos que se cagan a trompadas los finde a la salida de un boliche en el conurbano.


Porque, no seamos hipócritas, ¿A quién le importa si los pibes estudian? Lo que nos jode es que protesten, que se levanten sobre sus dos patas traseras y nos escupan en la cara que están hartos, como nosotros. ¿De qué? No importa, problema de ellos. Nos ofende que tengan ánimo de lucha por lo que consideran justo.

Qué son porteños, que pertenecen a la clase media ilustrada, que no tienen necesidades como los pibles de Aldo Bonzi o el Impenetrable chaqueño. ¿Si no se levantan lo más informados, los más satisfechos, cómo pretender que lo hagan los que van en mula a la escuela o sólo para comer el guiso que hizo la maestra?

¿Les molesta que corten Cerrito y Corrientes a las 11 de la mañana? ¿Qué quieren, a la juventud griega o la francesa que en una noche queman 700 autos? A ver si terminan pidiendo reformas estructurales y mayor calidad educativa como en la Rebelión de los Pingüinos de los liceos de Chile de 2005. O las tomas de colegios en España y Alemania contra el Acuerdo de Educación Europea de Bolgna en 2009. A los nuestros no les da la nafta por ahora. Pero que pidan pintura nueva, caloventores y papel higiénico en los baños es un buen comienzo.

Bastante han logrado los dirigentes de este país en los últimos 30 años desmovilizándolos, aplastando las ganas de educarse, asesinando su faz creativa. O acaso los jóvenes se quejan del nivel de berretismo educativo imperante o de los trabajos de mierda que les esperan. Sueldos de cuarta, en negro, jefes de décima, abusadores, resentidos e ignorantes. Sin obra social, metidos en un cubículo recibiendo quejas, cocinando ladrillos, cosechando tomates o sacando fotocopias.


Me gusta verlos marchar, hacer carteles y discutir de igual a igual con tipejos como el ministro Bullrich que ni siquiera ejecuta el presupuesto asignado. Riéndoseles en la cara a Eduardo Feinnman o al Negro Oro, que se escandalizan por cualquier huevada, como un arito en el labio o que andan con las bandanas de la OLP. Me gusta verlos marchar y protestar aunque lo hagan acompañados de sus viejas. Unas zurditas cuarentonas fracasadas que proyectan en sus chicos los ovarios que no tuvieron (tuvimos) en los 80.

Me gusta ver y escuchar a los taxistas de Capital putearlos. Otros fracasados del orto, ignorantes, serviles. De cerebro sedentario. Pero la verdad es que no tengo mucha esperanza en que esto se generalice, movilice al piberío del conurbano y comience un debate serio del desastre que es la Educación. Con docentes burros, indolentes, vencidos. Con funcionarios preocupados en cómo arman una licitación para afanarse todo. Con padres despreocupados.

No tengo muchas esperanzas. Ya está en marcha la estructura paternalista que los aplastará. Ya están cooptados y radicalizados por ocho viejos boludos del PO. Separados de los cientos de miles de estudiantes que ni siquiera entienden de qué se trata, ni les interesa, todavía.

Pero es un buen comienzo.