La Logia del Mate Cocido

La primera ley de la Administración Pública indica que siempre llegarás a hacer un trámite en el justo momento en que las señoras se aprestan a tomar el mate cocido con bizcochitos. Si comenzás a toser y a mirarlas con cara de orto ellas no te bajarán la vista. Por el contrario te desafiarán como si vos quisieras que volviera el Feudalismo o la Década Infame.

Unos hacen como que trabajan y otros hacen como que les pagan. Confunden derechos sociales con que a sus jefes les chupe un huevo si viven o mueren, si el ciudadano deba esperar el último provechito o nadie cumpla los indicadores de gestión que impone la Secretaría de la Gestión Pública.

No existen, son como los muebles inventariados. Cuando les conviene son Norma Rae luchando por los derechos de las textiles americanas y mientras que al rato reivindican el derecho de sangre del linaje de la nobleza europea al reclamar que su hijo entre a trabajar en una oficina cercana.

La versión Ligth de la logia reemplaza los 9 de Oro con azuquita arriba por las ensaladas de atún con lechuga, arroz tomate y huevo duro. A la hora de comer las clases sociales surgen con toda su crueldad en las oficinas. Algunas compran las bandejitas de plástico con film. Esas son las más las potentadas, las que viven del marido o de una vieja herencia familiar. Las otras llevan de la casa un Tupperware porque saben que ahorrando algún día podrán hacer el viaje con el sindicato a las sierras de Córdoba.

"Qué pena, le falta el sellito de Verificaciones"

En general la camarilla del Mate Cocido usa perfumes fuertes. Uno diría que jamás lograrían que alguien normal quisiera entrar en ese grupo. Pero hay muchos jóvenes (con un futuro promisorio, si quisieran tenerlo) que en sus primeros meses de trabajo se les cagan de risa y de a poquito terminan institucionalizados en esta especie de mafia. Tampoco experimentan culpa porque "las cosas, acá son así". Nadie cuestiona los requisitos de nada, si quedaron en desuso o no tienen nada que ver con el trámite en sí. Hacerlo atenta contra el espíritu de la organización.

La sistematización y despersonalización del trabajo que realizan siempre me hace acordar a La banalidad del mal de Hanna Arendt, en el que describe cómo los nazis en los campos de concentración y esa sociedad que los respaldaba, lograron no sentirlo, no sentir la responsabilidad sobre las atrocidades cometidas, ni siquiera sentir que eran atrocidades.

Pertenecer a la Logia del Mate Cocido no está relacionado con el nivel en el que te encuentres en el Escalafón. Podés ser un categoría 4 de Servicios Auxiliares o Director Nacional por concurso y sentirte parte de una estructura que para sobrevivir necesita complejizar los formularios hasta para denunciar el extravío del carnet de conductor. La supervivencia y fortaleza del grupo radica en que nadie se detenga a pensar en la necesidad de su existencia.

"Estamos de desinfección, volvé mañana"

Por eso es que ya no hay paros nacionales de la Administración Pública. Los gremialistas, inteligentemente reconocieron que lo mejor es no hacer olas. El año pasado ATE Provincia de Buenos Aires estuvo en un Plan de Lucha durante cuatro meses y nadie se dio cuenta. La vida siguió, un poco más lenta, pero siguió.

Otro error es criticarlos desde lo que nos cuesta mantener tremenda estructura al pedo. No hay que ser amarretes porque lo que no se va en lágrimas se va en suspiros. Sino que hay que hacerlo desde lo que nos rompen las bolas para poder justificar su existencia. No pretendemos que tengan que trabajar, queremos que al menos no nos jodan.

Los trámites en las ventanillas públicas están allí para recordarnos que no existimos, que no le importamos a nadie y que nuestros derechos son una entelequia cuando una vieja chota nos devuelve a nuestra casa porque nos faltó el análisis de orina para poder empadronar la pieza que le construimos al abuelo en el fondo del rancho. Pero fundamentalmente existen para justificar que millones de personas en este país, del uno al cinco de cada mes cobre algo que le permita creer que es económicamente viable.

"La señora Jefa de Departamento no lo va
a poder atender porque está ocupada"

¿De qué otra forma se explica la existencia de ascensoristas en los edificios públicos, por ejemplo? Y no es que quiera que los echen. Simplemente me llama la atención el hecho de que en algún momento de nuestra historia a alguien, que puede haber sido funcionario de Onganía o Cámpora, no importa, los incorporó en la estructura funcional de los organismos. ¿Tan complicado les resultaba apretar el botón del piso al que iban hace 30 o 50 años?

El poderío de esta omertá radica en saber que pase lo que pase, ellos seguirán estando. Los funcionarios y políticos pasan pero ellos no solo quedan, sino que incorporan un 3% al año por antigüedad. Pero no son desagradecidos. Si visión de la política nacional gira en torno a las conquistas alcanzadas. Menem fue bueno porque reconoció las 48 horas. Palito Ortega es un turro porque cuando era ministro de Acción Social eliminó la dedicación exclusiva para profesionales. Iberico Saint James, el último gobernador del Proceso en Buenos Aires, un maestro porque amplió la licencia por maternidad, y así hasta el infinito.

Empleados VIP. Los que trabajan de público
aplaudidor en los actos de Cristina.

La otra característica inherente es el sadismo que experimentan. Pero no cualquier sadismo. Ellas son humildes con el poderoso (por caso algunos de los gansos que nombró Marcri en su oficina, que con 23 años y un título de la Universidad Austral creen que podrán modernizar el Estado), y poderosos con los débiles. Si caés con una camisa manga corta y la corbata de la primera comunión te van a parar en la puerta, te van a pedir el DNI y te van a decir que es ilegible, te van a hacer sentir que ellos son el Estado y vos un pobre rata. Aun sabiendo que el error es subsanable con una firmita al costado, te harán comprar el formulario F.125/66 otra vez, porque la poronga la tienen ellos.

Pero de una forma u otra, en Argentina todos somos empleados públicos. Así que el maltrato en un lugar habilita que nos venguemos en otro en una espiral de resentimiento de la que no están ajenos los arquitectos de un estudio o la tilinga que vende joyas y bijouterie en una galería de mala muerte.

Nos odian. Y tienen razón.



No pretendo hablar desde una suficiencia y autoridad moral que no poseo. En mis épocas de empleado público creo haber inventado el ir al trabajo con dos sacos y dos carpetas (y hasta dos paquetes de cigarrilos con sus respectivos encendedores) para poder rajarme.

-¿Dónde está el boludo ése?

-Anda por acá, ahí están su saco y sus cosas.

Llegué a donar sangre cada tres meses durante años para tomarme el día libre. Cuando se incorporó la modificación a la Ley 10.430, hasta consideré seriamente donar piel ya que otro órgano no lo justificaba. Mi historial de Carpetas Médicas muestran a un ser débil y aquejado de dolencias que recuerdan a Margarita Gautier de La dama de las Camelias escupiendo sangre en su lecho de muerte. Me hice sindicalista para que no me rajaran y para usar la licencia gremial. De tanto usarla yendo a congresos y eventos, llegué a miembro de una Comisión Interna de Delegados del sindicato más poderoso de la Administración Pública.

La próxima: Los profesionales en la Administración Pública o de cómo tirar a la mierda cinco años quemándose las pestañas.